Danilo Medina

Discurso del Excelentísimo Señor Presidente de la República, Lic. Danilo Medina Ante el Acto Inaugural del Cuadragésimo Sexto Período Ordinario de Sesiones de la Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos (OEA)

Honorable Señor Luís Almagro,

Secretario General de la Organización de Estados Americanos;

 

Honorable Señor Andrés Navarro,

Ministro de Relaciones Exteriores de la Republica Dominicana;

 

Honorable Señor Néstor Méndez,

Secretario General Adjunto de la Organización de Estados Americanos;

Honorables Ministros de Relaciones Exteriores de los Estados Miembros de la Organización de Estados Americanos y las delegaciones que les acompañan;

Honorables Jefes de Delegaciones de países Observadores;

Honorables Representantes de Organismos y Entidades del Sistema Interamericano;

Honorables Miembros del Cuerpo Diplomático, Organismos Internacionales  y Cuerpo  Consular  acreditado en el país;

Honorables Ministros y Funcionarios del Gobierno Dominicano;

Señoras y señores Invitados Especiales;

Distinguidos Miembros de la Prensa;

 

Señoras y señores,

Es un placer recibirlos a todos, en nombre del pueblo y el Gobierno dominicano, en esta sesión inaugural del Cuadragésimo Sexto Período Ordinario de Sesiones de la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA). Sean bienvenidos a nuestra tierra. Esperamos que su estancia sea grata y que nuestra agenda de trabajo avance conforme a lo estipulado, con diligencia y amplitud de miras.

Quiero comenzar señalando que este período ordinario de sesiones de la Asamblea General de la OEA será histórico, porque en él se aprobarán finalmente dos documentos que llevan años negociándose en el seno de este organismo. Me refiero a la Declaración Americana sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas y al Programa Interamericano para el Desarrollo Sostenible (PIDS). Nos enorgullece que sea nuestro país, el mismo territorio en el que desembarcó Cristóbal Colón en el año 1492, el que acoja ahora la firma de esta largamente esperada Declaración Americana sobre los derechos de los Pueblos Indígenas.

De la misma forma, cuando nos acercamos al 70 aniversario de la constitución de la OEA, estamos en la obligación de renovar nuestro compromiso en pro del desarrollo de nuestros pueblos y de la promoción de un futuro económico, social y ambientalmente sostenible para las generaciones presentes y futuras. En tal sentido, es evidente que la Agenda 2030 aprobada por las Naciones Unidas y el Acuerdo de París sobre cambio climático nos plantean nuevos retos y desafíos. Por tal razón es necesario preguntarse si la OEA y los países miembros están debidamente preparados para desarrollar esta agenda común con efectividad.

Posiblemente, la respuesta más honesta nos lleve a la conclusión de que debemos emprender un proceso riguroso, pero acelerado, de mejoramiento institucional. Un proceso que garantice que tanto la OEA como cada uno de nuestros países estén en plena capacidad de hacer lo que le corresponde para alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible.

Esto es lo que ha llevado a la República Dominicana a entender que el tema idóneo para la Asamblea General que hoy inauguramos debía ser “Fortalecimiento Institucional para el Desarrollo Sostenible en las Américas”, de forma que dicha mejora institucional tenga un propósito común, claramente identificado.

Pero esto implica también una reforma y modernización de la propia OEA  y para ello será necesaria una evaluación de la organización, a partir de su Carta constitutiva y del nuevo contexto internacional, sobre la base de los cuatro pilares de su accionar: Democracia, Derechos Humanos, Seguridad Multidimensional y Desarrollo Integral.

En este sentido, nos congratulamos de los avances experimentados en el marco del proceso de Visión Estratégica, el cual ha servido para reafirmar el papel de la OEA como el “foro hemisférico de carácter político”. Es en ese ámbito que los Estados Miembros debemos continuar la labor de fortalecimiento de la Organización.

Sin perder de vista los propósitos y principios sobre los cuales fundamos este organismo en el año 1948, debemos tener sin embargo muy presentes los cambios en el orden político interamericano ocurridos en los últimos cincuenta años, especialmente los más recientes, como la reapertura de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. Todos estos cambios han impactado en las relaciones interamericanas y, por ende, en la propia Organización de los Estados Americanos. Entendemos, pues, que este es un momento clave en el que la OEA debe evaluar sus fortalezas y las áreas que aún representan desafíos.

Nuestro país continuará apoyando el proceso de Visión Estratégica de la OEA, el cual consideramos es un proceso de fortalecimiento institucional permanente, que deberá ir acompañado de las medidas administrativas que permitan el funcionamiento pleno de nuestro organismo regional.

Amigas y amigos,

Entendemos que hoy, más que nunca, es esencial encontrar terrenos comunes para el diálogo político, tanto entre el conjunto de nuestros Estados como a lo interno de nuestros países. Porque no es ninguna exageración afirmar que este es un momento de extrema importancia para la región.

En el futuro inmediato tenemos no solo el reto de recuperar el crecimiento económico, sino también la urgente necesidad de preservar el orden institucional y el Estado de Derecho en el conjunto del hemisferio. Después de un periodo de continuo crecimiento económico y de consolidación de las prácticas democráticas, asistimos a nuevos retos en la región. Desde diferentes países se nos plantean tensiones y dificultades, de diversa naturaleza, pero con un denominador común: nos hacen reflexionar sobre la fortaleza de nuestras instituciones y sobre la estabilidad democrática. Estamos ante situaciones complejas, que plantean nuevos retos a los políticos y a toda la ciudadanía.

Ya no es suficiente hablar de división de poderes, es necesario establecer límites claros que no violenten ni el ejercicio de la justicia, ni los derechos de las personas. Por eso insisto en que ya no es suficiente hablar de legalidad, debemos tener en cuenta que en el ejercicio democrático también es necesaria la legitimidad.

Como ya expresé  ante los delegados de la Trigésima Tercera Plenaria de la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina y el Caribe (COPPPAL), en noviembre de 2015, debemos acercarnos a los ciudadanos en un diálogo permanente y no solo en un intercambio instrumental o interesado. Debemos aprender a escuchar activamente a los ciudadanos y a responder ante ellos.

Porque solo haciendo los gobiernos más transparentes y cercanos a la gente, lograremos recuperar y mantener algo mucho más importante: la confianza de los ciudadanos en las instituciones que les sirven y les representan.

Aquellos que estamos en funciones públicas, para ejercerlas, no podemos contar ya solo con la legalidad que se obtiene en las urnas cada cuatro, cinco o seis años según la Constitución de cada país, sino que necesitamos contar también con la legitimidad ciudadana, que debemos renovar día tras día. Ha llegado el momento de que la ciudadanía participe no solo del diseño de políticas, sino también de su transformación y evolución. Y ha llegado el momento de que los políticos seamos capaces de escuchar y modificar el rumbo, cuando así lo requiera la voluntad ciudadana.

Pero también, aunque los gobernantes tenemos que ser cada vez más permeables a la voluntad de nuestros ciudadanos, no podemos permitir que las instituciones sean desbordadas por las frustraciones del momento  o los intereses de ciertos sectores.

En este sentido, asegurar la institucionalidad democrática debe ser una prioridad absoluta de nuestra agenda.

Y si bien es cierto que los riesgos descritos no se circunscriben a uno solo de nuestros países, también lo es que muchos de nosotros tenemos puesta nuestra atención actualmente, por razones de solidaridad y compromiso, en un país en particular. Me refiero a la hermana República Bolivariana de Venezuela, pues nos preocupa el momento  por el cual está pasando el pueblo venezolano. En este sentido, apoyamos sin reservas todas las iniciativas de diálogo que conduzcan, con apego a la Constitución y el pleno respeto a los derechos humanos, a la resolución efectiva de las diferencias entre los sectores políticos.

En especial, respaldamos la iniciativa puesta en marcha en nuestro país por UNASUR, con el concurso de los ex presidentes José Luís Rodríguez Zapatero, de España; Leonel Fernández, de la República Dominicana, y Martín Torrijos, de Panamá, para la reapertura de un diálogo efectivo entre el gobierno venezolano y los sectores de oposición.

Confiamos en que dicho proceso siga avanzando y dé buenos frutos en el futuro próximo. Porque una Venezuela estable, en paz y en el camino de la plena recuperación económica, es el deseo de todos los presentes y, desde luego, es el deseo de todo el pueblo dominicano.

Señoras y señores,

Deseamos, efectivamente, que Venezuela avance por el camino de la paz  y la institucionalidad. De la misma forma que queremos una OEA que sea promotora de la institucionalidad democrática en todo el continente.

Pero para que esta organización pueda jugar este papel tan vital en nuestro futuro, es necesario también que volvamos la vista con actitud reflexiva y autocrítica hacia el pasado de la propia OEA.

Debemos afrontar, sin acritud y sin miedo, los errores del pasado, para asegurar que estos nunca más se repitan en el futuro.

Por eso, en nombre del pueblo dominicano y en el mío propio, les propongo a todos ustedes que durante este período ordinario de sesiones, se apruebe una resolución de desagravio a la República Dominicana por el rol desempeñado por la OEA durante la Revolución de Abril de 1965.

Como ustedes recordarán, mi país sufrió una invasión que en aquel momento fue legitimada por uno de los mecanismos de la OEA.

Esta invasión abortó el proceso democrático que se había iniciado con la elección como presidente de nuestro admirado líder, el profesor Juan Bosch, impidiendo así el retorno al orden constitucional, legítimamente establecido en el 1963.

Volver a caminar por esta senda constitucional nos costaría a los dominicanos mucho tiempo, mucho esfuerzo y mucho sufrimiento.

Esta nefasta violación de la soberanía legítima de los dominicanos, producida en 1965 causó muerte, dolor e indignación en nuestro pueblo.

Es una herida aún abierta para muchos y que solo podrá sanar mediante el reconocimiento de lo sucedido por parte de la OEA y la petición de perdón que merece nuestra ciudadanía.

Nuestra Patria y nuestra democracia merecen este acto de dignidad y respeto y es mi obligación, como jefe de Estado, solicitar a esta asamblea saldar la deuda histórica con el pueblo dominicano.

Conocemos bien el contexto histórico en el que se dio la invasión. Eran los años de enfrentamiento entre bloques. Eran los años en los que las relaciones entre EEUU y Cuba eran prácticamente de guerra. Eran los años en los que el conflicto interno de Colombia apenas comenzaba.

Esa es una triste página de la historia que hoy, todos juntos, estamos cerca de pasar. Porque con diálogo, con paciencia y con la verdad por delante estamos cerrando viejas heridas de nuestro continente.

Y eso es, precisamente, lo que queremos los dominicanos. Curar y cerrar viejas heridas, dar paz al doloroso recuerdo de nuestros mayores y abrir nuevos caminos de esperanza a las nuevas generaciones.

Tengo el convencimiento de que este es el mejor momento y el más apropiado lugar para llevar a cabo este acto de justicia, verdad y reconciliación.

Estamos seguros que la Organización de Estados Americanos esta en las mejores condiciones para asumir esa responsabilidad.

Propongo, por tanto, que enviemos un mensaje a todos los pueblos de la región.

Reconozcamos los errores del pasado y señalemos nuestro compromiso renovado y total con los principios que dieron origen a la OEA.

Digamos alto y claro que la soberanía de los pueblos, y el respeto a la institucionalidad democrática son, hoy y siempre, sagrados y que esta Organización de los Estados Americanos será ya, para siempre, su más firme defensor.

Señoras y señores,

Más allá de los desafíos que enfrentamos juntos, tengo la confianza de que nuestro continente está ante una gran oportunidad. Las Américas están llenas de noticias positivas, hay numerosos ejemplos de despegue económico regional o sectorial.

No lo duden. Los próximos años pueden ser años de progreso, de diálogos retomados y de confianza recuperada. Pero no podemos perder la perspectiva de que también puede suceder lo contrario. Por eso la OEA debe ser un ejemplo de responsabilidad ante su pasado, y de compromiso por un mejor futuro.

Tenemos sociedades vibrantes, críticas y capaces, con voluntad de cambios y de progreso. Ciudadanos y ciudadanas que nos obligan a ser cada vez mejores, a seguir perfeccionando nuestras democracias y a garantizar los derechos humanos y sociales de nuestros pueblos.

Sí, amigos y amigas, la responsabilidad de elegir el camino correcto es nuestra, de los gobernantes, de los líderes de oposición, de la sociedad civil. No podemos dejarnos llevar por la tentación de la demagogia, de los intereses particulares o del inmediatismo. Es demasiado lo que está en juego para ponerlo en riesgo ahora por la ambición de poder o la falta de visión.

No existen atajos para la democracia. No existen atajos para el desarrollo sostenible. Pero sí pueden existir líderes capaces de sortear las dificultades, con honestidad, humildad y trabajo, para sacar a sus países adelante. Nuestros pueblos esperan que tengamos la habilidad y la amplitud de miras para consolidar las conquistas sociales y políticas, pero también la audacia para ir más allá y dibujar el futuro de las Américas en el largo plazo. Nuestros pueblos también esperan, en definitiva, que estemos a la altura de este momento histórico y que seamos capaces de liderar las transformaciones necesarias, sin poner en peligro todo lo logrado.

Confío en que esta Asamblea será terreno fértil para avanzar en este sentido y que, partiendo de nuestra diversidad, encontremos el espacio común sobre el cual construir un futuro mejor para todos.

 

Muchas gracias.