Discurso del presidente Danilo Medina en la Sesión Plenaria de la VII Cumbre de las Américas

Señor Juan Carlos Varela Presidente de la República de Panamá;

Señores Jefes de Estado y de Gobierno;

Señor Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA);

Señores Representantes de Organismos Internacionales; Señores y señoras,

Quiero iniciar mis palabras felicitando al Sr. Luís Almagro por su elección como Secretario General de la Organización de Estados Americanos y desearle la mejor de las suertes en la conducción de sus nuevas responsabilidades.

Especialmente, en un momento en el que el conjunto de la OEA está en búsqueda de una redefinición, un nuevo rumbo que le permita seguir siendo la herramienta para el progreso social y democrático de nuestros pueblos que ha sido hasta ahora. 2 Esta redefinición ha dado sin duda un paso importantísimo en la dirección correcta, al deshacer un agravio que venía desde hace ya más de cinco décadas.

Con la presencia de la delegación cubana en esta cumbre, podemos al fin decir con propiedad que, hoy, Panamá es la capital de América entera. Para satisfacción de todos los presentes, el descongelamiento de las relaciones Diplomáticas entre los Estados Unidos y Cuba nos coloca ante la oportunidad histórica de superar, para siempre, las desconfianzas heredadas de la guerra fría. Desconfianzas que durante ya dos generaciones han significado dolor para muchos y una terrible distracción de nuestro auténtico cometido prioritario, que es el de procurar el bienestar de nuestra gente.

De hecho, si el esperanzador proceso de paz colombiano tiene éxito, como todos deseamos, estamos ante la oportunidad de entrar en un periodo de ausencia de conflictos a escala continental. Una nueva época, largamente esperada, en la que podremos dedicarnos en cuerpo y alma a las tareas de integración y desarrollo de nuestras naciones. Por supuesto que no será éste un camino sin obstáculos, los hay y los habrá. Por eso es especialmente importante que evitemos crearnos problemas nuevos cayendo en las viejas trampas del pasado. 3 En este sentido, creemos que las tensiones entre EE.

UU. y Venezuela difícilmente pueden aportar al clima de diálogo necesario para cualquier iniciativa de despolarización política que sea deseable impulsar en nuestra región. No olvidemos que, tanto en la política nacional como la internacional, el diálogo es la única garantía de lograr los consensos necesarios para seguir avanzando. Por tanto, instamos a ambos países a buscar salidas diplomáticas a cualquier diferencia y trabajar por la paz en nuestro continente.

Señoras y señores, La realidad es que, si queremos construir sociedades seguras y estables, en las que los hombres y mujeres de América puedan vivir y desarrollarse en paz, el mayor reto no proviene ya de los conflictos entre estados o ideologías, sino de la degradación de las instituciones y la proliferación del crimen organizado. Y muy particularmente del narcotráfico, ese enemigo común que, lamentablemente, continúa escapando a nuestros esfuerzos por contenerlo. Desde Sudamérica hasta México, pasando por Centroamérica, República Dominicana y todo el Caribe, el tránsito de drogas con destino a su consumo, mayoritariamente en los países ricos, es un desafío 4 constante a la estabilidad de nuestras democracias y a la vida de nuestros ciudadanos. No es casualidad que, en pocos años, Centroamérica se haya convertido en la región sin conflicto más violenta del mundo, con más de 30 muertes relacionadas directamente con el narcotráfico por cada 100 mil habitantes, según la ONU.

Quiero enfatizar que la República Dominicana está decididamente implicada en la lucha contra el tráfico de narcóticos y contra el crimen organizado. Prueba de ello son las constantes incautaciones realizadas por nuestros cuerpos de seguridad; así como la prioridad que siempre le damos a la cooperación en esta materia en nuestras relaciones diplomáticas. Sin embargo, a nadie se le escapa que nuestros Estados tienen otras acuciantes prioridades en terrenos como la educación, la salud, la energía o incluso otras áreas de la seguridad ciudadana. Por ello, aunque año tras año llevemos a cabo el sacrificio de dedicar ingentes cantidades de recursos públicos a la lucha contra el narcotráfico, éstos siempre palidecen frente al volumen de negocio que mueve la industria de la droga a escala continental.

La verdad es que los recursos del narcotráfico superan varias veces el PIB de muchos de nuestros países. Y este combate asimétrico entre Estados frágiles y organizaciones criminales con recursos enormes, genera y alimenta el círculo de la corrupción, la debilidad institucional y la pobreza. Es, sin duda un factor clave en la desintegración social que viven nuestros países y su permanencia se salda cada año con la muerte de miles de personas, la mayoría jóvenes.

Es una situación que amenaza con hacerse endémica en algunos países, originando a su vez los fenómenos migratorios descontrolados, que son otra de nuestras principales preocupaciones, especialmente en Centroamérica. En definitiva, es un cáncer que penetra cada vez más profundamente en nuestras sociedades y se lleva consigo vidas, familias y territorios enteros, arrancando a sus pobladores la paz y la tranquilidad.

 Señoras y señores, No podemos permitir que este tema siga centrando nuestras conversaciones, año tras año, ante el escepticismo y la frustración creciente de nuestros pueblos, sin atrevernos a abrir nuevos debates, sin explorar nuevos caminos. 6 Por ello, saludamos que la Comisión Permanente de la OEA haya aprobado el año pasado un documento que llama a considerar la lucha contra el narcotráfico en sus dimensiones de prevención, de salud pública, de rehabilitación penal, así como la necesaria evaluación sistemática de resultados. Yendo más allá, naciones como Uruguay o algunos estados de Estados Unidos han decidido experimentar con la legalización de algunas substancias en un intento de minimizar la influencia de las organizaciones criminales.

Estas son experiencias cuyos resultados deberán ser evaluados con el mismo rigor que las demás, incluyendo su impacto sobre la salud de la población y los índices de criminalidad. Pero lo cierto es que, en el corto plazo, ha llegado la hora de dejar exigir que sean los países que se encuentran en la ruta de estos flujos los que paguen el mayor precio por este problema transnacional.

Esperar que sean nuestras instituciones y nuestros presupuestos nacionales los que lleven el peso de esta lucha no solo es injusto, sino también poco realista. Si esta lucha ha de ser tomada en serio, es necesario que su coste sea compartido de forma equitativa por todos los países involucrados.

Especialmente por aquellos cuya demanda interna es la que pone en marcha el conjunto de la maquinaria del narcotráfico. 7 No es posible que, mientras nuestras sociedades pagan el precio más alto en víctimas y violencia, el negocio siga creciendo en los países de destino, a la sombra de los ingentes ingresos que reporta ese negocio. Cabe recordar que se calcula que el volumen total del “narcodinero” que se mueve en nuestro continente se divide aproximadamente en un 20% que se genera en el trayecto hasta los países consumidores y un 80% que se queda en los países de destino.

Por todo esto, entendemos que, de la misma forma que compartimos el deseo y la urgencia por ver este tema solucionado de una vez por todas, es necesario que participemos todos con el mismo nivel de responsabilidad, y cada uno de acuerdo a sus posibilidades. Señoras y señores, A pesar de lo complejo de los retos que tenemos por delante, no me queda duda de que tenemos muchos motivos para el optimismo.

Hace apenas tres décadas, la guerra fría aún alimentaba enfrentamientos y guerras, tanto entre nuestras naciones como dentro de ellas. Hoy, uno de nuestros mayores problemas es cómo conjugar tantas iniciativas de integración y cooperación como tenemos en nuestra agenda. Este es, desde luego, un cambio muy favorable.

 Tengo plena confianza de que sabremos continuar y profundizar este cambio. Y que lo aprovecharemos para poner en marcha iniciativas productivas, que lleven bienestar y desarrollo a nuestra gente.

Entre ellas, me gustaría destacar, tal como hice en nuestro encuentro con el sector privado, la importancia de trabajar conjuntamente y de forma coordinada para el fomento de los encadenamientos productivos en nuestra región.

Esta es un área clave para impulsar la productividad de nuestro continente en el mercado global y, por tanto, para dar respuesta a los millones de personas que esperan por un empleo y un salario dignos. Es necesario que hagamos de Las Américas, como región, una gran fábrica para el mundo, logrando constituir nuestro propio modelo de desarrollo, competitivo y sostenible.

Seguiremos, asimismo, trabajando para alcanzar nuevos acuerdos en materia de seguridad humana, en su sentido más amplio.

Que den respuesta a nuestros retos comunes, que van desde la amenaza de la delincuencia organizada y la gestión de los flujos migratorios, a los desafíos del cambio climático y los desastres naturales, a los que no podremos hacer frente con soluciones individuales. 9 Pueden estar seguros de que la República Dominicana estará siempre disponible, siempre deseosa de contribuir a este esfuerzo.

Que nuestras energías se sumarán a las de toda esta América aquí representada, cada vez más completa y más unida, para dar respuesta a las necesidades de nuestros pueblos.

Muchas gracias.